Elisio Jiménez Sierra

lunes, 22 de noviembre de 2010

Acercamientos de Lubio Cardozo y Laura Antillano

LA CONTEMPLACIÓN DEL RECUERDO EN LA POESÍA DE ELISIO JIMÉNEZ SIERRA


Lubio Cardozo

“La cumbre de la propietas, cumbre que se ha de procurar alcanzar, consiste en la expresión atinada”
H. Lausberg

No toda la poesía de Elisio Jiménez Sierra, relevante poeta de la Generación del 40-45, puede medirse con ese cartabón crítico de la poetización de los espacios de la memoria. Son muchos los aspectos sugestivos de su lírica sobre los cuales podríase explanar una cautivante escritura exegética; a rompe, valga por caso, para mencionar por lo menos los picos más sobresalientes del iceberg, resalta la presencia paradigmática de la intertextualidad. Tejen sus versos la red de una profusa referencia erudita explayada desde las culturas nórdicas hasta las mediterráneas, desde la semilla hasta la latinoamericana caribeña. En todo libro resuena el eco de mil lecturas, ello se había desde siempre intuido aunque los intertextualistas como su descubrimiento lo reclama. En dicha razón los poemarios de Elisio Jiménez Sierra hubieran constituido buenos prototipos de esta perspectiva crítica para Roland Barthes, Raymond Federman, Gérard Genette y sobre todo para Julia Kristeva, quien en su Sémeiotiqué de manera categórica el fenómeno define al considerar la “intertextualidad a esa interacción textual que se produce dentro de un único texto. Para el sujeto cognoscente la intertextualidad es una noción que será el índice del modo como un texto lee la historia y se inserta en ella”(1). Remiten, en fin, los libros a otros libros pero no a señalados textos sino a cuantos por la cabeza del escritor han pasado –la erudición, el humanismo- y luego viértense de nuevo a la verdad presente de manera insólita y tal vez allí la originalidad de la obra nueva radica, y también la opulencia del lenguaje, de referencias preñado con la poesía de la lejanidad, de susurros, como aromas del pasado, al subconsciente del lector, para producir eso llamado por Longino el pasmo, el éxtasis, la eclosión de lo poético. Tal experiencia se disfruta, intelectualmente, cuando se transitan los versos de Elisio Jiménez Sierra, se topa uno a cada paso con un nudo de referencias como postigos comunicantes a pasadizos iluminados por la historia, por la literatura, por la mitología, más ya rutilantes, transmutados en oro por el sol de la poesía. Ha dado paso entonces la erudición a la crónica del hombre universal del cual formamos parte indisoluble en la sangre y en la cultura.
Traza otro reto cautivador para los poetólogos la melopea intensa, observable (o mejor oíble y sentible) en los poemas de Jiménez Sierra. En toda su lírica el ritmo va más allá de lo significante para ser vehículo de significado. Es sabido al dominio de la métrica por parte del bardo de Atarigua, y ésta en buena medida soporte del ritmo de sus estrofas, pero éste se esparce más allá de las medidas preceptivas y vincúlase profundamente con su estilo y aun con lo conceptual del poema, porque forma parte de la arquitectura de la belleza de la composición y como uno de los caminos ciertos para llegar al sentido de sus versos vale. Ya lo decía Kiril Taranovski en su trabajo Acerca de la interacción entre el ritmo del verso y la temática: “el ritmo del verso aunque carece de significado autónomo es no obstante portador de una información determinada que se percibe al margen del plano cognoscitivo”(2). O con palabras de V.V. Virográdov, “aureola expresiva” (3). Virtud ostensible a rompe en Archipiélago Doliente (1942), Sonata de los Sueños (1950) y mucho en Los puertos de la última bohemia (1975), aunque también en sus últimas composiciones recogidas en Poemas 1942-1985 (1990). Pero, ya en el terreno extratextual, pareciera la musicalidad una obsesión de la espiritualidad artística de Jiménez Sierra, lo cual patentízase a lo largo de todo su léxico lírico con términos como cantar, canción, bullicioso, himno, voz, fonola y sinfonola, bambuco, pasillo, vals, tonada, bailar, danza, samba, rumba, y lo más admirable su catálogo de instrumentos musicales de todas las latitudes y de todos los meridianos del globo, desde los humildes banjos hasta las lejanas y dulces ocarinas, incluidos en esos extremos las bandurrias españolas, la curiosa guzla de una sola cuerda de crin, las balalaikas rusas, la bandola, el bandoneón y el acordeón, violonchelo, marimba, gaitas y organillos. Por el ritmo transporta Elisio Jiménez Sierra a los lectores al universo de sus poemas, por el ritmo vive uno la magia del arrabal en esa placiente crónica de la bohemia portuaria cristalizada en Los puertos de la última bohemia, percíbase el salitre, las sirenas de los vapores, el sabor de dulces vinos y ásperos aguardientes, la ilusión de una noche brindada por el misterio de las cortesanas internacionales, esas otras sirenas de los bares portuarios, “Déjame algún recuerdo, peregrina / de ojos mediterráneos” (...) (4). En definitiva, la música proveniente de todas las zonas del mundo mas enlazada en la melodía interna del poema, dirigida al corazón y a la nostalgia, a esa mezcla de alcoholes, mesticias, alegrías, pasión y euforia en medio de la noche marina. Música de las rockolas a las cuales el vate canta,

(...)
Son esas diosas de marfil celeste
las divas electrónicas del mundo.
Nada tan peligroso y atrayente
como sus voces de cristal nocturno.
Bajo las lunas de Ibagué, se irisan
en sus colas de nácar los bambucos,
o se mecen en danzas marabinas,
o endulzan las marimbas de Acapulco.
(...)
Loor a las fonolas subrealistas,
gitanas psicodélicas del mundo. (5)

Pero el objeto de este pequeño ensayo es una reflexión sobre poiesis y anamnesis , como el pretérito andado con la emoción y la pasión de la existencia al contemplarse desde cierto momento de la instabilidad del presente se transformó en nutriente substancial de una buena porción de la poesía édita hasta 1990 de Elisio Jiménez Sierra. Mas antes resulta saludable aclarar el complejo significado de la palabra contemplación, voz de doble raíz, griega por el sentido y latina por la forma y también por su semántica. Equivale para los helenos a teoría, de TEA (ver) y ORAO (atender, vigilar, observar), valga decir un “ver” mas allá, un “observar” especulativo más allá de la realidad presente. Mantiénese con los latinos su relevancia mística por cuanto contemplatio viene de cum y templum, ver en el templo, compenetrada con el templo, y al templo atañen las divinidades y su espectro en el reino de los inteligibles deíficos. Esa carga mística y poética en el barrio de Atarigua pervive cuando contempla sus días transitados. En Elisio Jiménez Sierra su andar por la vida con las hondas huellas de los recuerdos contémplase con ojos especulativos. No traduce su pasado biografía sino poesía. Detenta esas reminiscencias todavía con vitalidad espiritual si pueden trastocarse en estrofas; significan fuerza si conviértense en cantos; revelan valor, dignidad de habitar en el tiempo si resultan capaces de alimentar la melopea de los versos. Encarna, pues, la contemplación de su pretérito una poiesis. Compuso al respecto Elisio Jiménez Sierra en tres sonetos un poema, “Todo no era...”, el cual funciona de arte poética y descifra allí esta tesis como –si licet dicere- quien de pronto se asoma a una ventana abierta al pleno mediodía. El poeta ha meditado sobre ese “ver” especulativo. Sólo cópiase la estrofa segunda del tercer soneto,

(...)
Y comprendió que el árbol y la fuente
son paisaje natal, rumor y trino,
no cuando estamos junto a ellos, sino
cuando el alma los ve con prisma ausente...(6)

O en otro decir, cómo la contemplación a la vida eterna lleva en la permanencia del poema: O con la sabiduría de quien supo contemplar y filosofó sobre la contemplación, con las suasorias palabras de Plotino,

(...) Si la vida más verdadera es la vida por el pensamiento,
y si esta misma vida es idéntica al pensamiento más
verdadero, dedúcese de aquí que el pensamiento más
verdadero es una vida y que la contemplación y el objeto
de la contemplación son también realidades vivas y vidas
y, mejor, una y la misma vida. (7)

Florilegio de recuerdos hizo Elisio Jiménez Sierra para insuflarles de nuevo la vida; ellos por su tributo de vivencia y de pasión, por la venustez de su momento real, merecían la inmortalidad al través de la belleza fijada en el talentoso trabajo del verso, de la estrofa, del ritmo, de la poesía.

















NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) París. 1969. Citado por Manfred Pfister en “¿Cuán postmoderna es la intertextualidad?”. Criterios, Nro. 29. La Habana, enero-junio de 1991. p. 10 (Traducción de Desiderio Navarro).
(2) Citado por Yuri M. Lotman en Estructura del texto artístico. 2ª. ed. Madrid, Istmo, 1982. p. 197.
(3) Op. cit.
(4) Los puertos de la última bohemia. San Felipe, 1975. p. 77.
(5) Op. cit. P. 71
(6) Poemas (1942-1985). Caracas, 1990. p. 80.
(7) Plotino, Enéada tercera. III. 8.8. Se utilizó la 3ª. ed. de Aguilar. Buenos Aires, 1978. p. 213.





LA SERENIDAD Y EL SUEÑO DE UN ERUDITO: ELISIO JIMÉNEZ SIERRA

Laura Antillano


Lastima y hiere, hasta la aguazón, la terrible ausencia del gran poeta Elisio Jiménez Sierra
y su ancestral melancolía y su antigua trashumancia; sus míticos bandoneones y sus adorables
puertos de vino y de bohemia
Rafael Rattia



Lo primero que ocurre al lector frente a la figura de Elisio Jiménez Sierra es el tener la certeza de que se encuentra frente a un erudito, un investigador capaz de dilucidar los misterios de los versos de Berceo a la Virgen tanto como de encontrar en el murciélago, un hilo conductor como elemento unificador del movimiento romántico.
Ensayista, investigador e indudablemente: poeta, este escritor no deja de deslumbrarnos entre otras razones por el misterio que reviste el que un hombre nacido en Atarigua, en 1919, con un entorno agreste (como acusa su hijo Gabriel) haya tenido la serenidad y el sueño encaminados a la lectura de los clásicos greco-latinos, alimentando una vocación inquebrantable hacia el amor a la lengua escrita y su intríngulis.
Jiménez Sierra escribió una extensa obra reflexiva que es, en su conjunto, la obra de un apasionado lector, con un criterio exquisito para revivir al texto dentro de una concepción grandilocuente, celebradora, del hecho literario.
Sus ensayos nos llevan a viajar a través del tamiz de sus lecturas. Por tal circunstancia su “Álbum de poesía china” es un ir a los encuentros de su propia visión de la cultura China en sus sensaciones variables, como vivenciar las percepciones iniciales en las que los dragones ocuparon un papel central hasta recorrer los encuentros coincidentes entre los modos de decir de esa poesía y la occidental.
Su interés por el Modernismo lo lleva a precisar detalles en la lectura a Pérez Bonalde, Rufino Blanco Fombona, Lazo Martí, Alfredo Arvelo Larriva y Sergio Medina, del mismo modo en que estudia la Fedra de Séneca o la de D’ Annunzio o traduce a Nerval. Pero su modo de leer no se ocupa de las palabras como entidades simbólicas, Jiménez Sierra es un cultor de la imagen, del dibujo, de la viñeta, de la pintura. Varias de sus apreciaciones en los ensayos parten de la iconografía.
De hecho en el ensayo sobre la pintura de Max Ernst el interés está centrado a la observación visual, la localización de ese mundo onírico, fantasmagórico de Ernst, que lleva a considerar al escritor la comparación entre el imaginario del pintor y el sentido de la escritura de Lovecraft.
Una viñeta de Johannet le lleva a determinar cuales son los elementos primigenios del Romanticismo. Continuamente Jiménez Sierra utiliza verbos y adjetivos que corresponden al mundo visual como metáforas de la escritura, recurre a la comparación icónica, a la imagen en el paisaje, a la escena para darnos una apreciación literaria. Al referirse a Leconte de Lisle, por ejemplo, recurre al retrato para señalar de su personalidad:
“Los lineamientos de su rostro constituyen de por sí un camafeo, una medalla, una escultura, una obra de arte helénico. Su cabeza es un templo y de ella, como de los santuarios prestigiados por la presencia de un dios, nacen pensamientos nobles y serenos, los cuales infunden en nuestro espíritu la misma nobleza y serenidad que de ella dimana, “ (p. 182).
Para referirse a un poema de Giovanni Pascoli dice: “Tales cuadros, dignos por su armonía clásica del pincel de Lorenzo Alma Tadema, abundan en la poemática convivial de Pascoli” (p. 345).
Al referirse a la visión de la cultura china, recurre a la descripción de los jarrones: “Ya no me obsedían los dragones ni las quimeras, sino los finos jarrones de porcelana de las sucesiones dinásticas, adornados con flores y pagodas. Y en fin el laúd y la flauta de los poetas” (p. 414).
Con el romántico Chateaubriand encuentra las reminiscencias en la escritura de la pintura, al describirlo de este modo:
El pintor incomparable de noches seleníticas se decide a dar a su acuarela morisca las últimas pinceladas maestras, usando los apagados tintes de que él solo conoce el efecto” (p. 112).
La misma relación con las artes visuales la hay en su escritura con la música, su escritura tiene siempre las líneas de un investigador interdisciplinario, los lenguajes del arte en su percepción se combinan.
“Los instrumentos musicales predilectos de Rubén Darío parece que fueron el clavicordio, el violoncelo, el violín, y todos los demás que se tocaron en el siglo XVIII. Villaespesa es más amplio, y da cabida en su poesía a la guitarra flamenca, a la castañuela, tan cultivada desde Marco Valerio Marcial, por las hijas de Cádiz, según consta del conocido epigrama latino del poeta adulador de Domiciano” (p. 204).
“Así como el canto de la cigarra es signo inequívoco de clasicismo, el del grillo lo es del romanticismo” (p. 164)
En la relación que escribe acerca de las aves en la poesía venezolana el escritor hace gala de su conocimiento de los trinos en su diversidad:
“El canto alegre del turpial, la quejumbrosa asordinada de la tijúa o de la torcaz, la breve, seca nota del rojo cardenal que anida en el arbusto espinoso y retorcido, el largo solo de las paraulatas, que cantan respondiéndose en los silencios lunares del conticinio o en la solemnidad del mediodía, con tal apasionada y rica armonía, que el bueno de Colón las comparó al oírlas por primera vez con el clásico ruiseñor” (p. 440).
Para hablar de D’Annunzio busca su reflejo en la música de la época:
“Son los clavecines del siglo XVIII, de las gavotas y los minúes, música tan melancólica en los aires de la danza, que parecen compuestos para ser bailados en lánguidas tardes de verano, dentro de un parque abandonado, entre flautas enmudecidas y pedestales sin estatuas, sobre un tapiz de rosas muertas, por parejas de amantes próximos a no amarse más” (P. 306).
Un tema recurrente en su investigación es la relación entre la cultura Occidental y el Oriente, Jiménez Sierra busca puntos de contacto en la misma medida en que establece distancias y diferencias.
Para ello recurre a Víctor Hugo y a Leconte de Lisle, a quienes Jiménez Sierra considera maestros de Rubén Darío. Los escritores franceses como descubridores de la sabiduría de Oriente, y como el mismo señala: “no el Oriente de porcelana y bibelot, el Oriente burgués y decorativo que había dibujado en lacas y biombos de seda las japonecitas de otoño, los aficionados a las chinerías paraméntales, sino el Oriente vasto y majestuoso, que se inicia en Jericó, en Ur, pasa por Tane, ciudad egipcia de Moisés y termina en la caída de Babilonia a manos de Ciro el Grande” (p. 146).
La erudición es la esencia reveladora de estos ensayos de Jiménez Sierra. La minuciosidad de un curioso lector infatigable, quien no descansa hasta no nadar profundo en la inmensa mar de la condición humana, expresada a través de los siglos de su historia y su literatura.
Su prosa detallista es capaz de trasladarnos a los lugares más recónditos, reviviendo el carácter reflexivo y sensible en su crudeza o en su belleza, de lo que lo humano ha trasladado a los lenguajes del arte. Relámpagos sorprendentes se encienden frente a nosotros, lectores, dando luces nuevas a líneas, pasajes, volúmenes, figuras, que antaño pudimos haber leído desde otra óptica.
“Testigo y cantor de varias muertes, la poesía de Mallarmé está poblada de tumbas; el mismo era una especie de cripta o de sepulcro, una cripta-recuerdo, una tumba-memoria, de donde iban surgiendo, transferidos al plano de la obra de arte, los seres afines o queridos que yacían bajo tierra” (p. 271).
“Así el culto de la Virgen no tuvo su origen en el linaje caballeresco de las clases privilegiadas, sino en el sufrimiento anónimo del pueblo infortunado. El sentimiento de angustia y de orfandad que hizo presa en el corazón de los desheredados a lo largo de toda la edad media, movió a los hijos de la servidumbre, parias del amor y de la gleba, a volver los ojos a la Madre de Jesucristo, a la gran dama del cielo, refugio de los afligidos, buscando en ella la misericordia y la compasión en una época acuciada sólo por el egoísmo y la crueldad” (p. 221-222).
La variedad de sus temas y la luz que enciende al producir una reflexión inesperada pero precisa, acertada, crean un interés particular por estas lecturas de un escritor cuya obra, sin lugar a dudas, deberá ser reeditada y difundida en creces, con interés especial por generaciones venideras. Por esta razón es un verdadero acierto el que se realicen encuentros como éste en su memoria.

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